Ha muerto un gran hombre se llamaba Asunción Caballero Méndez. Medico Cirujano, pediatra y también Doctor en Educación. Comunista, Internacionalista y una de las personalidades más atrayentes del mundo progresista que he conocido. Yo era un adolescente perdido en las calles de Lima. Militante del partido Comunista de Chile y me encontraba en un largo, provechoso y excitante transito por Lima a mediados de los años 70.
El Doctor ya era un personaje en la Lima medio revolucionaria de esos años, las decenas de familias de refugiados chilenos, uruguayos y bolivianos recurrían a sus servicios médicos gratuitamente. El Doctor era un ángel para las madres de los niños chilenos, no solamente porque los atendía, sino que les procuraba medicamentos, y muchas veces pagaba el los remedios con algunos billetes que deslizaba en las manos de las mujeres al despedirlas.
Lo conocí en el Instituto Peruano – Soviético de Cultura donde oficiaba de presidente, modestamente algunos jóvenes chilenos habíamos creado un grupo de teatro y el Instituto nos prestaba a menudo salas para ensayar – retribuíamos los favores con actuaciones algo repetidas en sus actos culturales-, recitabamos versos del Canto General de Pablo Neruda. Lo veía en el patio de esa Institución y lo veía no como el amable doctor que conocían nuestras mujeres, sino como un ejecutivo que tenía muchas cosas que atender, decisiones que tomar y la seriedad primaba en su talante.
Un día a comienzos de año 77 fui a visitarlo por razones muy “maduras” me acompañaba mi enamorada peruana, quien era militante comunista y estudiante universitaria de La Cantuta. Cuento estos detalles ya que lo incomodo de la situación era que si bien no eran cercanos, se reconocían en sus sensibilidades revolucionarias y se ubicaban. Si bien éramos unos muchachos, nuestra vida sexual estaba en todo su apogeo. La causa de la visita era pedirle una receta para comprar pastillas anticonceptivas. Explicamos rápidamente la situación, nos dio una receta por tres meses y nos regalo muestras medicas por otros tres meses más. Salimos felices de su gabinete medico, ya no tendríamos que contar los días y como siempre no nos había cobrado un centavo por la atención. Era tanta la familiaridad de los chilenos con el, que ese detalle ni siquiera lo habíamos previsto ya que nuestra escuálida economía no nos hubiese permitido pagar la consulta de un medico privado.
Una otitis me hizo visitarlo algunas veces más, ahí comenzamos una amistad, podría llamarla así desde mi perspectiva, el era un hombre mayor, yo un chileno refugiado en su país, muy joven e inquieto, recuerdo claramente su consulta, pero he olvidado la calle donde se encontraba, tenia algunos instrumentos quirúrgicos incaicos que me explicaba su uso. Me contó de sus encierros y destierros durante la dictadura de Odria y cómo a veces opero en la selva sin siquiera contar con los precarios instrumentos incaicos. Yo embelesado escuchaba sus andanzas y las he retenido por siempre.
Tres meses después tuvo que operarme, en una camilla para niños y en su gabinete, el Dr. Caballero Méndez me hizo la circuncisión, la tranquilidad de las pastillas recetadas, y el normal fervor había hecho que mi prepucio sufriera daños constantes y me diagnostico que debía cortarlo. Nos pusimos de acuerdo en la fecha, me dijo - Tienes que traer 30 soles para pagarle a una asistente –.
Llego el día, me acompaño mi novia, que tuvo que escuchar mis valientes gritos, ya que si he sentido dolor físico ha sido ese día. Las piernas colgando en una camilla infantil, los pantalones en los tobillos y el buen doctor colocándome pequeñas inyecciones de anestesia en mi glandillo.
Luego durante las curaciones a las que tenia que asistir, volvíamos a vernos, en una de esas curaciones mi herida comenzó a sangrar, un punto se había cortado y una maldita gota de sangre me hacia predecir lo peor. Miro lo que ocurría y me dijo - Si no para de sangrar tendré que ponerte un punto, ósea una tortura mas. No paraba esa mierda de sangrar, se volteo a preparar la aguja y yo olvide a Marx, Lenin y me puse a rezar para que la puta sangre se detuviera, cuando termino de preparar la aguja miro, y me dijo – Vaya se coagulo- me había salvado.
Una vez que sano completamente mi pene y pudimos ver el resultado, el doctor estaba muy complacido de su obra, -Es una pequeña obra de arte- me dijo.
Cuando tuve que dejar el Perú, entre la tristeza por dejar a mi novia y a mis amigos, acudí a despedirme del doctor. Me deseo lo mejor y yo no presentía la noche de horror que caería sobre el Perú en los años que vendrían.
Nunca he olvidado a este gran compañero, pacifista, desprovisto de nacionalismo irritante. Lamento ser un simple ciudadano y no haber tenido el poder y la influencia para haber logrado que Chile lo premiara por su humanismo con nosotros, gentes abandonadas – chilenos - victimas de la dictadura fascista, que encontramos en el Perú, solidaridad, amistad, un plato de comida, un techo y la bondad de hombres como Asunción Caballero Méndez.
Ahora espero simplemente no haber sido frívolo en mis recuerdos, es lo que yo viví con el y las cosas que me tocaron compartir, y que nadie crea que el no se reía de las pelotudeces que yo le contaba y de cuantas compañeras chilenas estaban enamoradas de el.
Viva Chile, Viva Perú, que el recuerdo de hombres como el doctor en ambos países, impida que nuestros pueblos se vean alguna vez mas envueltos en una querella que solo traería una inmensa tristeza a sus corazones.
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